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dio; y á esto se limitaron casi los homenages tributados á las Musas de la antigüedad, en el período mas brillante de nuestra ilustracion. Hasta mucho mas tarde no hizo Romanillos hablar á Isócrates la lengua de Garcilaso, ni generalizó Hermosilla el conocimiento de la Iliada, de que algunos años antes habia publicado Garcia Malo una poco apreciada version.

Pero ni en el siglo de oro de nuestra literatura, ni en los tiempos posteriores, pensó nadie en trasladar á nuestra lengua las obras del primero de los líricos latinos, que en Alemania y en Inglaterra, y sobre todo en Francia y en Italia, hallaba, y halla aun todos los dias, mas o menos elevados intérpretes. El preceptor granadino Villen de Biedma publicó en el penúltimo año del siglo XVI una traduccion literal, notable solo por la ignorancia que revelaba en todas sus páginas. No fué mejor otra, que línea por linea, hizo en el siglo siguiente el Jesuita Urbano Campos, y que á pesar de sus faltas y errores, adoptaron luego todas las escuelas dirigidas en España por los hijos de S. Ignacio. En los mismos dos siglos hubo poetas que tradujeron en verso una ú otra composicion del lírico latino, distinguiéndose entre ellos el maestro Fray Luis de Leon, Bartolomé Leonardo de Argensola, y D. Esteban Manuel de Villegas. De sus versiones, y de las de los licenciados Bartolomé Martinez, Juan de Aguilar, Diego Ponce de Leon y otros, inserto muestras en mis notas, para que juzguen mis lectores del valor de aquellos esfuerzos. No fueron mas felices los que á fines del siglo último y à principios del presente, hicieron D. Tomás Iriarte y D. Felipe Sobrado; este en una version nueva de las Odas, y aquel en otra de la epístola á los Pisones, dos veces traducida en

iempos anteriores por Espinel y Morell. Las muestras que tambien inserto del trabajo de Iriarte y del de Sobrado, prueban la necesidad que habia de emprenderlo de nuevo; y esta necesidad aparecia mayor por la circunstancia de que aun reuniendo todas las traducciones sueltas, publicadas en cerca de tres siglos, no se podia formar una completa de las obras del ilustre venusino.

Movido por estas consideraciones me dediqué á ella en mi primera juventud; y desde 1820 à 23 di á luz el fruto de mi larga tarea, que sin duda por las dificultades con que hube de luchar para llevarla á cabo, y que enumeré detenidamente en el prólogo de mi primera edicion, acogió el mundo literario con señalada benevolencia. No la esperaba yo tan unánime, cuando al final del mismo prólogo decia: «Todavía habrá en mi traduccion pasages mal espresados, repeticiones, distracciones, negligencias, y otros defectos tal vez mayores.» Y en prueba de la sinceridad de esta conviccion, manifesté el deseo «de que mi ejemplo estimulase á otros poetas á tentar de nuevo aquella empresa difícil,» y mi esperanza «de que Horacio llegase por este medio á tener algun dia, una traduccion castellana digna de él.»

Nadie en mas de veinte años ha respondido á aquella escitacion, (*) sin embargo de que cada uno de los dias de este largo periodo me ha revelado alguno de los descuidos en que caí entonces, ó de los errores que cometí. A mí me tocaba pues borrar su huella; y esto,

(*) D. Francisco Martinez de la Rosa publicó en 1827 una nueva version de la epístola á los Pisones, y D. Alberto Lista la de algunas odas; pero estos distinguidos literatos tenian hechos aquellos trabajos antes de que saliese á luz mi traduccion completa.

no solo por gratitud á las distinciones con que fueron recompensados mis primeros esfuerzos, y por la esperanza de que otros mas vigorosos é ilustrados me valiesen honras mayores, sino por lo que podian influir ellos en el restablecimiento del gusto literario, de que la direccion últimamente dada á los estudios, y las circunstancias particulares de la época habian alterado las reglas. Volverá para la España el dia, como ha vuelto para la Europa toda, en que se reconozca que el medio mas seguro y mas pronto de fijar en literatura el gusto, sin el cual rara vez las obras mas ingeniosas sobrevivieron á sus autores, es meditar, y aun aprender las de los escritores insignes de Atenas. y de Roma, de que ni la ignorancia feroz de los siglos bárbaros, ni el carácter desigual y anómalo de la civilizacion presente, han bastado á menoscabar el prestigio. Cuando llegue para nosotros este dia, será menester que se apresuren los que de ello sean capaces, á familiarizar á los que beben las aguas del Tajo y del Ebro, con los acentos de las Musas del Iliso y del Tiber. Entretanto, yo que desde niño, apliqué sin descanso á este objeto todo el tiempo de que me permitieron disponer ocupaciones de mas inmediata utilidad, y por consiguiente de menos problemática trascendencia, debia renovar el ejemplo haciendo una nueva obra, que pudiese merecer con justicia los elogios, que solo la indulgencia y la equidad dispensaron á la que publiqué antes.

Para ello empecé por purgar mi primera version de las faltas que pocas veces dejan de cometer jóvenes, lanzados sin esperiencia á empresas que la exigen madura y larga. Meditando cada dia sobre composiciones, de muchas de las cuales no habia yo antes adivinado la intencion, ni comprendido el mecanismo, logré arrancar el secreto de algunas de ellas, y

estableciendo ó fijando así la trabazon de sus ideas, me puse en situacion de espresarlas convenientemente. A las traducciones de Dacier, Sanadon, Batteux, Daru, Gazzolli, Borgianelli, Metastasio, etc., que consulté antes de publicar la primera edicion de la mia, añadi ahora para mejorarla, las de Vanderbourg, Campenon y Desprez, Worms de Romilly, Halevy, Goupil, Delort, Montfalcon, Gargallo y otros; y estudiándolas con atencion, comparándolas con detenimiento, y reflexionando sobre la manera con que cada uno de sus autores procuró vencer las dificultades de varias especies, que á todos ofrecia el texto latino, encontré para superarlas à mi vez, facilidades, que pocos sin este auxilio hallarian en sus propias inspiraciones. Convencido de que desacreditan á un poeta los que al verter sus pensamientos los despojan de las galas de que él los revistió, á nada me apliqué con mas esmero, que á conservar, ora los giros atrevidos, ora las calificaciones elegantes, ya la concision y la vehemencia, ya la soltura y la gracia. Por consecuencia de estas leyes que me impuse, de las ciento y veinte odas que forman la coleccion de las de nuestro poeta, hay treinta á lo menos, de que presento á mis lectores una traduccion enteramente nueva; otras tantas en que apenas ha quedado una ú otra de las antiguas estrofas; y de las sesenta odas restantes, no hay una sola en que no haya hecho mas o menos importantes correcciones. Estas se han estendido igualmente á las sátiras y las epístolas, bien que por ser mas fácil su inteligencia, y mas sencilla su espresion, y por haber sido unas y otras traducidas en edad mas madura que las odas, adoleciese su version de muchas menos negligencias.

Apenas concluido este trabajo, conocí que no seria completo, sino hacia en mis antiguas notas variaciones

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proporcionadas á la importancia de las introducidas en la version misma. Aquellas notas habian parecido en general diminutas é insuficientes, y mas todavia que en otros de los puntos à que el interés de la enseñanza mandaba estenderlas, lo eran en efecto, con relacion á la parte mitológica. En órden á ella me limité yo en mi primera edicion, como lo habian hecho antes todos los comentadores de Horacio, á la relacion descarnada de aventuras estravagantes, á que habian dado el carácter de hechos incontrovertibles, ciertas circunstancias sobre que hasta ahora se llamó poco la atencion. Sabido es que al tratar los primeros apologistas del cristianismo de estender la religion que acababa de revelar al mundo el hijo de Dios, fue su primer cuidado combatir las creencias gentilicas, difundidas entonces por toda la haz de la tierra. Parecian santificados por ellas tantos vicios, y consagrados tantos errores, que fue fácil desacreditarlas; y lo fue tanto mas, cuanto que entre los que las profesaban apenas hubo quien pensase en defenderlas, de otro modo que por la fuerza de la autoridad, ó por el rigor de los suplicios. Así los Orígenes, los Tertulianos, los Atenágoras, los Eusebios, y otros ilustrados y enérgicos defensores de la religion de Jesus, retorciendo victoriosamente contra los sectarios del paganismo los argumentos con que el epicúreo Celso al principio, y mas tarde otros sofistas habian procurado combatir ó escarnecer los dogmas cristianos, presentaron reunidas, y aun exageradas, todas las ridiculeces que parecian resaltar en los hechos y las doctrinas del gentilismo. Hundiéronse al fin estas, y estendiéndose rápidamente las que sobre sus ruinas se levantaron, nadie trató de volver por el honor de las destruidas, y quedó asentado sin réplica que la religion pagana viciaba el corazon santificando malos

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